Mi escalera mecánica
Actualizado: 28 abr 2022
1.-
Si les contara esto me jodo al instante, les regalaría en bandeja de plata nuevos argumentos a esos santiaguinos que buscan reafirmar su caprichosa autoestima a costa de los “provincianos”. Si ya fueron insoportables las burlas que me hicieron cuando les conté la historia del aceite de lobo y la tortura de beberlo en los húmedos inviernos del puerto para sanar mi "tos de perro" (no sé en que estaba pensado cuando se los conté), o cuando les conté que en los ochenta llegaban a Concepción sólo la señal del canal nacional y el católico, y que el capítulo final de la telenovela La Madrastra se transmitió con una semana de atraso a la ciudad, no me quiero ni imaginar si les contara que cuando niño mi padre me llevaba a jugar los días sábados a una escalera mecánica
Eso dije: U n a e s c a l e r a m e c á n i c a .
2.-
Mi reencuentro no lo tenía planificado, pero ese sábado de un momento a otro di un giro inesperado en los tribunales de justicia y caminé con destino al Boulevart con la ansiedad repentina de caminar a una cita a ciegas, o reencontrarme con una amante inevitable. Hace más de quince años que no voy a ese lugar y la incertidumbre de su existencia acabó con una grata sorpresa: está aquí. Detenida en el tiempo, inmóvil, atrincherada en el subterráneo del Boulevard Gascón, pequeña y frágil, en un indiferente acto de resistencia que no logro comprender. Apenas bajo las primeras escaleras de la galería siento como si estuviera en Patronato. La Pequeña Patronato. Donde antes estaban tiendas como “Tangos” que vendía los apetecidos Levis, “Parada 111” y sus jeans más taquilleros o “Varela Sport” que traía la marca Maui. Ahora solo hay vitrinas cargadas de ropa china, incienso, carcazas plásticas de celulares, cargadores y otras baratijas tecnológicas. Ya no es como en los ochenta o noventa donde el “Boulevart Gascón” competía codo a codo con la exclusiva galería de los “Gioco” o la “internacional” por atraer lo más selecto del “jet set” de la ciudad de Concepción. Comienzo a bajar por mi escalera mecánica OTIS y me detengo a observarla. Después de cuarenta años, parece poca cosa (MISERABLE). Inaugurada en el año de mil novecientos setenta y ocho, tenía la estirpe de ser la primera de la ciudad y del sur de Chile, pero amigo, ¡hace más de veinte años que no funciona!, y estoy seguro que el guardia que me lo comenta se quedó corto en la cuenta. Pero así como la noche borra las fronteras, el tiempo hace lo mismo con mis recuerdos, y el guardia que, muy amable se toma un tiempo para conversar conmigo, agrega un detalle que había olvidado por completo: los locatarios más antiguos me dicen que muchos niños venían a jugar en ella. Y ese antecedente que puede parecer insignificante, me arranca una infantil sonrisa.
3.-
Es extraño y aunque cierro mis ojos –que es la forma máxima de alambicar mi pasado- veo a mi padre, miradas transitorias, incluso escucho alguna canción de José Luis Perales que sale de una radio AM, pero otros niños jugando en mi escalera, no los veo por ningún lugar. Una vez leí que todo lugar como sus recuerdos, son algo subjetivo. Sabias palabras. La primera vez que me subí fue un sábado de septiembre del año ochenta y dos. Entramos por Barros Arana y todo era algarabía, modernidad con sus pasillos brillantes, vitrinas recargadas de adornos patrióticos, dieciocheros por la proximidad de las fiestas patrias, y de pronto apareció mi escalera y esas personas que parecían levitar lentamente hacia el subterráneo. En una época donde nuestro país estaba aislado del mundo, ver esa escalera fue algo futurista. Tiré del brazo a mi padre para llegar más rápido, ¡vamos! ¡vamos! Le decía pero él se resistía mirando las vitrinas, buscando algo, y yo que solo quería correr hacia ella. Cuando nos detuvimos en la pisadera y miré hacia abajo, fue como estar parado al borde de un gran precipicio que en cualquier momento me arrastraría al vacío. Sentí vértigo. Apreté la mano de mi padre que al fin me miró, y me dijo algo con una sonrisa, tal vez explicándome la lógica de todo esa máquina futurista. Entonces hizo ese movimiento impensado. Puso su pie en el peldaño que lo arrastró hacia abajo; y junto a él arrastró a ese pequeño niño tímido. No me quedó otra que apretar su mano y aferrarme al pasamanos de goma que mi pequeña mano no alcanzaba a rodear y entonces sentí algo que nunca había vivido: la sensación de volar. Desde ese día fue mi paseo obligado. Pero no sabía que también era de otros niños. Una vez leí que en el año de 1929, cuando se inauguró la primera escalera mecánica de Santiago en la esquina de Huérfanos con Estado, la prensa de aquella época resaltaba que fue de gran atractivo para los niños.
Entonces ¿por qué acá no debió ser igual?

4.-
En la década de los noventa, ya convertido en un adolescente, bajaba al subterráneo por mi escalera mecánica a las tiendas de música para comprar cassettes de los Pixies, Nirvana, The Gathering o a tomar una fanschop (una mezcla de shop con Fanta) en las penumbras del Snak. No bajaba por necesidad, ya que era extremadamente lenta. Era un acto mas bien romántico o de rebeldía frente a las más amplias, largas y rápidas máquinas de las grandes tiendas Falabella o Ripley. Mi escalera parecía muy cansada y sabía que en esa nueva década, donde se potenció el culto al consumo, rapidez, exitismo y las estadísticas económicas, ella estaba destinada a morir para reencarnarse en un alfiler, estufa o un clavo, o todas las anteriores a la vez. Era una especie de enfermo crónico que quería acompañar hasta su muerte. Después de egresar de la universidad en el año noventa y ocho, en octubre, me fui a vivir a Santiago y no supe más de ella. Pero para mi sorpresa aún está aquí, ¡y cumpliendo cuarenta años!. Me siento un hombre afortunado. Llegamos a este mundo casi juntos, llegamos a una ciudad muy distinta a la actual, que es menos importante, insignificante ante la supremacía de los Malls, pero que durante toda mi infancia, esa tosca y lenta escalera OTIS llenó mi memoria de fantasías, pero no solo la mía, sino que la de cientos de niños "penquistas" que buscaban aventuras durante las lluviosas tardes de invierno o en la frescura de esas hermosas tardes veraniegas. Ramón del Valle-Inclán lo dijo muy claro las cosas no son como las vemos sino como las recordamos. Y mis recuerdos son simplemente hermosos o quizás es más sencillo, porque como me dijo un vendedor que trabaja hace más de veinte años “acá ya no pasa nada, solo pasa el tiempo” y esa frase me deja pensando, porque el tiempo pasa, y mi escalera sigue ahí esperando algo, porque quizás no hay mayores explicaciones, es como ese anciano que se sienta a mirar la carretera para solo ver el resto de vida que le queda hasta que su corazón deje de latir.-
Santiago, Agosto de 2018