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Mi nombre Starbucks

Actualizado: 21 ago 2023

Me gusta mi nombre. No es común y tiene ciertos rasgos de distinción. Para los griegos es sinónimo de victorioso o coronado. En varias ocasiones me han dicho que tengo la cara de Esteban y es gratificante saber que mi nombre está en armonía con mi forma. Gabriel García Márquez se encargó de enaltecer aún más con el cuento El ahogado más hermoso del mundo, donde el nombre del difunto es Esteban. Isabel Allende también hizo lo suyo, asignando con mi nombre a uno de los protagonistas de La casa de los espíritus. Los nombres otorgan identidad, estigmatizan o predisponen el éxito o fracaso de quien lo lleva. Según mi historia familiar, yo debí llamarme Pedro, como mi padre, su padre y el padre de su padre. Pero mi abuela materna, admiradora de un actor de telenovelas, decidió que mi nombre tenía que ser Esteban, rompiendo, afortunadamente, con mi destino. Creo que en mi vida he conocido a dos o tres Esteban (uno de ellos en Manhattan) y eso me agrada.

Pero resulta que en New York, he dejado de ser Esteban.

La entonación es distinta, lo pronuncian Estebán, acentuando toscamente la letra “a”. Siento que un tercio de mi nombre ya no me representa. Pero cuando mi nombre en New York se lleva al terreno de lo escrito, y esa aberración gráfica se verbaliza, deja de ser completamente mío y se fertilizan abundantes personalidades que debo aceptar como propias. Es algo nuevo, es un problema de identidad que comencé a vivir en el Starbucks que está entre la Diecisiete Street y Primera Avenida en Manhattan.

Casi siempre voy temprano, como a las siete de la mañana. Me atiende un cajero flaco y de lentes, el Woody Allen, como yo le digo. Recuerdo la primera vez que fui a fines de febrero. Había mucha nieve en las calles y estaba oscuro. El Woody Allen me atendió, escribió mi nombre y pagué. Otros cajeros me piden amablemente que les repita mi nombre; pero él, nunca lo hace. Luego me senté a leer y a los pocos minutos la barista, una morena con voz de Dinah Washington, gritó desde el pick up station, Astepahn..., Astephan! Como era nuevo en la ciudad y no estaba acostumbrado a los sonidos y variaciones de mi nombre, seguí concentrado en la lectura. Luego de casi treinta minutos fui donde el Woody Allen para reclamar mi latte.

Me preguntó con su voz nerviosa:

Your name?

Esteban!, respondí.

Fue a buscarlo al pick up station. Levantó los pocos vasos leyendo los nombres hasta que levantó uno y mirándome con un gesto de gran obviedad me dijo, "Here it is, Astephan!” Si, claro, ese soy yo, pensé. Desde entonces he tomado conciencia que mi nombre Starbucks de New York, puede ser: Estevaun, Astephan, Stephan, Steve, Stehen, Stella, Sti, o cualquiera según la imaginación del cajero de turno. A pesar que me incomoda responder y aceptar un nombre que no es el mío, todo esto me ha dado la libertad de inventar nuevas vidas, jugar con diversas personalidades de mi mismo, porque el ser extranjero me da esa posibilidad de ser alguien diferente.

De todos los nombres, el que más me gusta es Astephan. Imagino a un joven divertido e impetuoso que gusta de recorrer las noches del West Village, Bleecker St o Brooklyn para conversar con extraños en los bares o simplemente observar la plenitud de la ciudad desde alguna sucia vereda. Lo imagino cantando junto a su guitarra una romántica canción de Ricardo Cocciante en alguna estación del Subway, con tan solo unos cuantos dólares y su tarjeta metrocard en el bolsillo. Por otro lado, el nombre que menos me gusta es Steve. Me hace la idea de un tipo aburrido, uno que solo vive para lograr status y reconocimiento social. El dinero mueve a Steve. Steve me recuerda el hombre que fui durante algún tiempo en Chile y Astepahn, el hombre que me gustaría ser en New York.

Pero hoy ha ocurrido algo inesperado.

Cuando paso a retirar mi café al pick up y busco mi nombre Starbucks, el vaso dice Esteban. En un absurdo acto de negación sigo buscando entre todos los vasos una, dos y hasta tres veces y me siento perturbado o tal vez decepcionado. Voy donde la cajera para exigirle una explicación y me dice que su padre también se llama Esteban y que su familia es de Puerto Rico. Me quiere decir algo más pero me importa un pepino y salgo apresurado del local para caminar por la Catorce, y siento el eco de mis pasos demenciales mientras lo locales de comida mexicana, china, pizza, bares, sus olores y sonidos, pasan y pasan como burdos espejismos y cruzo calles, la Segunda, Tercera Avenida, Irving, cruzando sin mirar los semáforos o las personas que molestas esquivan mi marcha y luego me desvío en la siguiente avenida donde por fin entro al Starbucks de Union Square y hago la fila con la esperanza de encontrar una nueva identidad con la que pueda seguir soñando en New York.

Manhattan, abril de 2019.



Manhattan, April 2019



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